viernes, agosto 11, 2006
Viviendo en su propia realidad...
Se sentó, tomó un cigarro de ese paquete de Marlboro que habían compartido durante aquellos días, que él insistía en calificar de irreales y perfectamente olvidables, pero que a ella le produjeron una profunda sensación de realidad y cercanía. Tomó una primera calada y echó la mirada al cielo, frustrándose ante el techo decolorido a base de frecuentes reapariciones de aquella gotera que comenzó a percibirse con las últimas lluvias del mes pasado.
Quizás fue esa gotera lo que le hizo levantarse impulsivamente, correr hacia su habitación y buscar de forma desesperada el "Ocho y medio" en el disco de Nacho Vegas que comenzaba a girar lentamente en el interior de la mini-cadena, una canción que se había convertido en el himno generacional de sus células sentimentales. Le producía una extraña mezcla de sentimientos, entre satisfacción y tristeza. Aún hoy, después de tanto tiempo cantándola, la garganta se le colmaba de lágrimas al escuchar ese "Seré muy breve. Te he perdido y esto duele". Aún así le animaba escucharla, puesto que no se identificaba del todo con esa letra oscura y pesimista.
La vida le había dado tantas sorpresas, habían andado ya tanto camino juntos que le parecía impensable, e incluso improbable, que él no volviese a aparecer por esa puerta. Sabía que la última mirada que vio en él no fue la de un "te olvidaré", sino que le había parecido un "te echaré de menos". La canción resultaba excesivamente pesimista atendiendo a su actual situación y por eso le alegraba. Egoistamente le satisfacía ver que esa canción describía situaciones peores.
Como siempre, mientras reflexionaba se entretenía en dibujar figuras extrañas con el humo que salía de su boca. Le venían a la mente mil y una canciones con las que castigarse esa noche. Aunque no creía en ningún tipo de ciencia oculta, creía firmemente que si él seguía ocupando una parte de su mente, ella siempre ocuparía ese mismo espacio en la suya de forma recíproca. No quería olvidarse de él. Lo habían prometido más de una vez, pero ambos sabían que era algo que nunca ocurriría. Ya había pasado más veces... Sus sombras eran más fuertes que sus propias voluntades y volverían a encontrarse.
Antes de dejar morir ese pitillo que le había transportado a un mundo distinto, percibió la metáfora que le estaba planteando el destino: una colilla que estaba obligada a morir, a arder entera y desaparecer, pero aún así, se resistía a no mostrarse humeante... quizás como su amor. Fue entonces cuando con esa voz entrecortada, mezcla del humo y de las lágrimas aún no derramadas desafió al mundo demostrándose que era capaz de levantar el teléfono y decirle:
"Vámonos de aquí... tú y yo solos... emborrachémonos de ingravidez... Ya verás... conmigo todo va a salir bien"
Ya sólo quedaba que algún día tuviese la valentía de marcar antes su número. Cerró los ojos y como todos los días, volvió a soñar con él.
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