Y como siempre que hago cuando leo, tengo a mano una libreta (en este caso directamente un ordenador con un bloc de notas abierto) donde apunto los que para mí son los mejores fragmentos... y no tiene que ser estrictamente por calidad literaria, sino porque son los que me golpean la cabeza, ya sea porque me recuerdan a algo o a alguien (o a mí mismo!) o porque me recuerdan actitudes, momentos... o sencillamente porque me hacen pensar, me producen gracia...
- ¿Sientes que pierdes el tiempo conmigo?
Antes de responder, Chamorro se limpió cuidadosamente los labios con la servilleta. El superior, el inferior y las comisuras.
- No siempre.
Confieso mi irremediable debilidad ante una mujer que sabe decirte una frase escueta y enigmática clavándote los ojos sin pestañear.
Luego me puse a pensar en La Gomera, donde nunca había estado. Pasó fugazmente por mi mente la imagen de Chamorro, que a esas horas dormiría a pierna suelta, o quizá... Preferí no completar la suposición.
A partir de ese instante me propuse vigilarme. No podía dejar que mi cerebro se distrajera con lo que no debía. Ésa es una disciplina que me he impuesto y que he tratado de seguir no pocas veces a lo largo de mi existencia. Siempre con resultados lamentables, porque, para qué engañarnos, uno es mal gobernante de sí mismo.
No sé si resulta adecuado o inadecuado reconocerlo, pero la verdad es que lo que necesito, para hacer lo que hago, es hacerlo de forma que me satisfaga a mí.
Eso es todo lo que un hombre como yo le pide a la vida: tener algo estimulante en lo que ocupar las próximas dos semanas.
De todo el libro, sólo se grabó en mi memoria la última frase: sobre aquello de lo que no se puede hablar, hay que callar.
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