miércoles, marzo 17, 2010

El mar, la tierra, el cielo, el fuego, el viento, el mundo permanente en que vivimos...


La poesía siempre he procurado tomarla en breves dosis y espaciadas en el tiempo... Pero siempre que he echado mano a un libro de poesía, he procurado estar en un estado anímico propicio... Me explico...

En una situación normal, uno puede leer un poema de "La voz a ti debida" de Salinas (predilecciones obvias) y no sentir nada... pero leer ese mismo poema cuando la mente "está sentimental" (llamémoslo así) y lograr llegar al fondo del mismo, lograr exprimirlo y sentirlo propio, sentirlo dentro...

Uno puede leer un poema de Hölderlin y no comprenderlo.. y, sin embargo, sentir la irracionalidad propia del autor cuando se lee en un momento de incomprensión con el mundo, de desconexión racional...

En definitiva, creo que la poesía (la buena poesía) sólo se entiende cuando uno coincide emocionalmente con el estado anímico del autor en el momento de escribirlo...

Y hoy, antes de irme a dormir, me dio por leer tres ó cuatro poemas incluidos en "La destrucción o el amor" de Vicente Aleixandre (cualquiera que me conozca ya sabrá que la Generación del 27 es para mí la verdadera Edad de Oro de la poesía española)... Ese surrealismo incipiente que ya se muestra maduro en sus poemas, esa capacidad para mezclar en un mismo poema muerte, destrucción, oscuridad, sangre, noche... con luz, vida, amor, lunas, mares, selvas... pueden provocar una explosión de pensamientos que, aún a altas horas de la noche, resulta agradable, porque uno siente su mente viva...




La celeste marca del amor en un campo desierto
donde hace unos minutos lucharon dos deseos,
donde todavía por el cielo un último pájaro se escapa,
caliente pluma que unas manos han retenido.

Espera, espera siempre.
Todavía llevas
el radiante temblor de una piel íntima,
de unas celestes manos mensajeras
que al cabo te enviaron para que te reflejases en el corazón vivo,
en ese oscuro hueco sin latido
del ciego y sordo y triste que en tierra duerme su opacidad sin lengua.

Oh tú, tristísimo minuto en que el ave misteriosa,
la que no sé, la que nadie sabrá de dónde llega,
se refugia en el pecho de ese cartón besado,
besado por la luna que pasa sin sonido,
como un largo vestido o un perfume invisible.

Ay tú, corazón que no tiene forma de corazón;
caja mísera, cartón que sin destino quiere latir mientras duerme,
mientras el color verde de los árboles próximos
se estira como ramas enlazándose sordas.

¡Luna cuajante fría que a los cuerpos darías calidad de cristal!
Que a las almas darías apariencia de besos;
en un bosque de palmas, de palomas dobladas,
de picos que se traman como las piedras inmóviles.

¡Luna, luna, sonido, metal duro o temblor:
ala, pavoroso plumaje que rozas un oído,
que musitas la dura cerrazón de los cielos,
mientras mientes un agua que parece la sangre!


Vicente Aleixandre - Eterno secreto (La destrucción o el amor, 1935)

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