domingo, abril 22, 2007

Rarezas rurales... (I)



El alboroto que se oía en las calles presagiaba el comienzo de la primavera. Los niños volvían a poblar las calles, que ya olvidaban su color blanquecino provocado por la fina escarcha matutina... Las viejas comenzaban a copar el protagonismo de los nuevos bancos que el alcalde había situado enfrente de la panadería de los Madeira... En esta época solía extender mis paseos hasta el bancal de Tomás, donde la vista en días claros era profunda, con el Sol escondiéndose tras las montañas que apuraban con delicadeza sus últimos almacenes nevados.

Aquella vista fue la primera que compartí con él.


Ese lugar tenía una cierta espiritualidad que, aún sin creer en esas ciencias ocultas, me impresiona. De verdad siento que en aquel terreno ciertamente descuidado, la vida surge con mayor facilidad que en los bancales vecinos. El mismo Tomás era consciente de ello. Su bancal era la envidia del pueblo, puesto que ya sea por la tierra, o por razones menos reales, su producción de lechugas y alcachofas superaba con creces la calidad y cantidad de los demás miembros de la cooperativa.


- ¿Ya por aquí? ¡La belleza de la primavera se ha extendido a los bares del pueblo!

El viejo Julián era un hombre extraño... seco y embebido en su trabajo durante el día, pero avispado y mujeriego al entrar la noche.. Sorprendentemente, en el piropo que me acababa de lanzar no había nombrado ni mis caderas, ni mi escote. Aunque en cierto modo no era tal, puesto que era la primera vez en todo el año que había llegado antes de que éste ingiriese su tanda de orujos..

Era extraño que las mujeres pisasen la tasca, lo que me confería a mí una etiqueta de "rareza" que, siendo sincera, me emocionaba..


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