No sé cómo logré evadirme de la afirmación que había pronunciado aquel buen hombre mientras apurábamos ese carajillo común a todas las tardes de este extraño verano...
"Hagas lo que hagas, muchacho, ten siempre en cuenta que has de estar orgulloso de ello, aún cuando no lo creas así... Este tipo de detalles te los va proporcionando la vida en su transcurrir diario... ¿Os acordáis de nuestra adolescencia amigos? ¡Qué distinta de la actual, donde el mundo globalizado se frena en seco delante de la mente de nuestra pobre juventud!"
Las palabras de Marcial siempre resonaban de manera especial en esa tasca que se había convertido en mi segunda casa, propiedad de aquellos hombres en su segunda, o quizá, tercera juventud... No sólo se escuchaban de manera distinta por su grave tono de voz, que ya de por sí era llamativo, sino porque tenía ese carácter especial, esa capacidad para sentirse escuchado... Era curioso observar cómo prácticamente todos, exceptuando alguno que anduviese demasiado concentrado en calcular el número de bazas que le restaban de su objetivo, giraban, ya no sólo su cabeza, sino todo su cuerpo para escuchar la frase, seguramente excéntrica, que salía de los labios del veraneante... y asentirla con una exorbitante carcajada o un leve gesto permisivo...
Mi presencia en aquel bastión cultural de la villa también resultaba atractiva y eso me enorgullecía... Aunque era fácilmente intuible que el viejo disfrutaba de mayor popularidad entre los paisanos, confíaba en mi juventud, no tan bien cuidada, y mis novedosas ideas para ganarme (si bien asumía que lentamente) a estas buenas gentes...
Era aún temprano y por la puerta del bar corría un reguero de gente que, todavía somnolienta tras la prudente siesta vespertina, corría al encuentro de sus compañeros de partida.. Como siempre a estas horas, se producían los típicos saludos entre ellos, hoy acompañados de las mofas ante la derrota madridista de la anterior noche en su primer partido de pretemporada, por parte de la parroquia culé, o simplemente de aquéllos que sólo se apuntaban al carro del fútbol cuando se preveía alguna situación cómica...
Yo, por mi parte, seguía absorto por aquel pensamiento que llevaba recorriéndome la mente desde hacía unos cuantos meses y que mi compañero de partida había intentado expulsar de mí, seguramente por miedo a que me desconcentrase en mitad del juego... Aún esperábamos la llegada de don Luis, que hoy seguramente habría esperado al final de la etapa, puesto que nos advirtió el día anterior que si "la cosa se ponía interesante, no aparecería hasta bien entradas las 5"...
"Muchacho, no lograba encontrar el momento para decirte esto... Los órdagos como el de ayer sólo se echan una vez... Si quieren aceptarlos, bien... y si no, ahí queda la intención... No vuelvas a mostrar tus cartas, sólo espérale y cuando se atreva, si es que alguna vez lo hace, vuelve a mostrarle tus cartas, que a pesar de los múltiples barajeos, el destino hará que sigan siendo ganadoras..."
Enfrascado en mis pensamientos, no presté excesiva atención a sus palabras en ese momento...
La rápida aparición de una patrulla de quince muchachos vociferantes dispuestos a llenar sus gaznates con 50 céntimos en gominolas revolucionó la tasca durante unos minutos, tiempo donde los problemas banales de los adultos dejaron su protagonismo al profundo caos de la adolescencia precoz...
Aún seguíamos aguardando por don Luis... como yo seguía esperando y soñando con esa jugada ganadora, que me permitiese alzar los brazos con notoriedad y satisfacción...